«La misma atracción que ejerce lo antiguo, donde parece contemplar una imagen de quietud interior /…/ es lo que provoca constantemente la memoria, un recuerdo que no puede prescindir de nada. / Finalmente se tiene que recordar todo porque todo se vivió, ya en la infancia, tan intensamente que su singularidad convoca todo un fondo inmemorial; de ahí que una imagen ancestral regrese constantemente. Tal visión de paisaje, y la fascinación que la acompaña, detiene el tiempo en lo inmóvil. El tiempo es el propio paso de las cosas, por eso la intensidad de la contemplación, al fusionar al poeta con ellas, lo borra”.

«De ese cuidado de la lejanía, de esa escucha a la vida de lo remoto, viene la fascinación por el camino /…/ El viaje, la travesía hacia lo desconocido, en busca de lo otro, de una evasión o de un encuentro, tiene que ser casi una obsesión para quien ha vivido desde niño la irrealidad central de lo real, ese latido de lo invisible que sostiene la tierra. De ahí ese incesante sueño de distancia

“Quizás tal pasión de viaje, de lejanía, proviene también del hecho de que lo remoto se vive con frecuencia en Galicia con tal intensidad que es necesaria la distancia, un espacio de respiro; el volver al calor de lo natal se hace cuando se tiene la capacidad para darle a la imposibilidad vivida una figura singular, reconocible: eso es la tierra, como un fulgor común de la identidad propia».

Ignacio Castro

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